Intervención de Néstor Borri, director de Centro Nueva Tierra y secretario de Red Encuentro, en el marco del conversatorio «Organizaciones Sociales, Gestión Pública y Estado: hacia una relación renovada»

Uno de nuestros desafíos como organizaciones sociales, populares, comunitarias, entidades de desarrollo, es definir en qué “patria” de discurso, de lenguaje, de sueño, de historia, nos inscribimos. Quienes participamos en organizaciones sociales somos gente de acción, que está mucho tiempo reunida y hablando, y tenemos una gran tarea: la de trascender un paradigma, construyendo un lenguaje que nos permita construir lo común, que nos organice,  es decir: que nos dé órganos para construir juntos y constituirnos en un colectivo dentro de la sociedad más amplia.

Tenemos el desafío de trascendernos, porque hay una serie de cuestiones que nos superan. Son justamente esas las que nos tienen que organizar. Es “algo” que “está fuera”, y: desde afuera tensiona nuestra organización y nos llama nada más y nada menos que a reorganizarnos.

Porque aunque resulta paradójico, necesitamos ser organizaciones que vayan más allá de lo que tenemos como organización. Preguntarnos cómo transformarnos, no sólo en el modo de ser organizaciones, sino en algo más: darnos órganos para este momento que nos trasciende. Darnos órganos es crear organización más allá de cada organización, partiendo de los desafíos del contexto que muestran nuestros propios límites.

Existen cuatro o cinco vectores en los que estamos trascendidos, y en ese estar trascendidos estamos a la vez desafiados, y también exigidos, en problemas, y esperanzados.

Uno de esos vectores es la doble o triple pandemia. Todos sabemos que por lo menos tenemos dos pandemias, una que tiene que ver con lo sanitario, con el virus, pero que no hace más que desnudar, mostrar, sacar una foto de la pandemia de la desigualdad. El virus es igualitario; las sociedades no. Y ahí hay una gran cuestión que nos da una oportunidad también de, en ese panorama, reconocer nuestras exigencias, nuestros límites.

Hay otra cosa que nos trasciende. Una historia común que tenemos, una tradición siempre en disputa, siempre difusa, y al mismo tiempo muy contundente  y que está siempre insistiendo: una larga memoria de organización popular, de organización comunitaria, de asociativismo, de tradición política que también nos sostiene y, viniendo de atrás, nos tensiona también desde y hacia adelante. Desde ahí, nos invita a recrear las maneras de sentirnos comunidad, para sentirnos pueblo.

Es esa tradición, esa memoria, esa historia compartida de luchas. Todas nuestras  organizaciones, todo el mundo asociativo en Argentina, de alguna u otra manera es hijo de la respuesta a grandes crisis, y al mismo tiempo, de los avances que en cada momento, ese plus que tiene nuestra sociedad, nuestro pueblo, que es su capacidad organizativa, especialmente de los más vulnerables de los más pobres, de las mayorías). Ahí también tenemos una trascendencia que viniendo de atrás, nos tensiona hacia adelante. Memoria y futuro: la tensión política del tiempo, la tradición política y organizativa popular.

Por otra parte, nos sentimos trascendidos y tensionados por una gran responsabilidad: algo que nos debería unir, porque todos sentimos  en común una gran insuficiencia. Y en eso, a veces, las organizaciones pecamos de cierto narcisismo. Sentimos muchas veces que somos lo mejor que hay: “somos la posta, la dinámica, la verdad, la base, el trabajo, los que conocemos verdaderamente a la gente”. Y lo demás, en particular el Estado, tendemos muy fácilmente a considerar que es como un obstáculo. Sin embargo, hay algo que une a Estado y organizaciones sociales. Es como una línea que corta en dos la realidad. No es la línea que separa estado de organización social, Es otra. Es  la línea que separa a los que queremos construir, desde la sociedad y el estado, desde la comunidad y la acción política, un país con justicia social  y de ambos lados de esa línea, que en gran medida es funcional pero también imaginaria, tenemos que crear más fuerza. Una parte de esa fuerza está dispersa y la tenemos que articular y la otra, sencillamente, no la tenemos. Es una insuficiencia y una responsabilidad que también nos trasciende- está más allá de  nosotros-  pero tenemos que ir tras ella. Tras esa fuerza dispersa, y articularla.

También pasa algo interesante y potente, cuando todo esto se refleja en nuestras subjetividades personales y colectivas. Cuando muchos de los que venimos caminando en el compromiso con lo social, con el territorio, con las comunidades, con distintos sectores de la población, nos sentimos trascendidos y “encendidos” por una forma de la amistad política. Este círculo, esta constelación de organizaciones que somos, vivimos, experimentamos y  necesitamos una política de la amistad.  Y una  amistad política, que en nuestro país tiene nombres y denominaciones muy propias, que una y otra vez hay que recrear. Sabiendo además  que es un gran capital con el que contamos, incluso con las tensiones, confrontaciones y conflictos que tenemos y solemos vivir incluso entre los más cercanos. Sentimos con mucha fuerza el tema de poner en valor la amistad social como valor político y también organizativo, económico, cultural, público, estatal y comunitario.

Esta trascendencia que nos organiza, también nos sorprende. Lo hace con una sorpresa de exigencia pero también con una sorpresa de potencia, de esperanza y de motivación. Implica  revisar una serie de cuestiones que en este momento la situación de nuestro pueblo, de cada uno de nosotros y nosotras como sujetos concretos, como ciudadanos y como parte de la comunidad. Organizaciones, con funcionarios y representantes políticos, tenemos que tratar de re-trazar y  rediseñar, dimensionar de manera apropiada esa línea que separa pero que también une y articula a la sociedad civil y el Estado.

Con esto como antecedente, considero importante salir de ese paradigma que concibe la relación Estado-Sociedad y que  tiene un origen muy concreto entre los ‘80 ’90,y dice que la sociedad civil es dinámica, representativa, innovadora, mientras el Estado es burocrático, ineficiente e insuficiente y debe  entonces reformarse o “tercerizarse”. Todos sabemos que la línea principal no es la que separa sociedad civil y Estado, u organización popular y políticas públicas. La línea principal es otra. Ni siquiera es la que llamamos grieta. No, la línea que nos sobredetermina es la que demarca diferentes “proyectos de país”, entre el capital concentrado que pretende un país para pocos y la mayoría de la población que debe ser incluida y es lo mejor que tenemos.

Muchas veces, las loas a la sociedad civil son puertas de entrada para decir: ‘Es mejor que nos organicen el mercado y la solidaridad, y no el Estado y la política. Aun nosotros, que parece que somos los buenos, muchas veces recaemos en que del otro lado está el obstáculo: el Estado es lo malo, lo burocrático, la lentitud, lo concentrado, y nosotros somos lo comunitario y lo transformador, ya sea nos concibamos como ONGs eficientes o pueblo auténtico. Cualquiera de nosotros, que conoce de cerca al Estado, o sobre todo a nosotros mismos, sabemos debemos dejar de fantasear con inventarnos esferas separadas de las cuales una es buena y otra mala, y más bien concebir políticamente cómo se genera un bloque de poder, de fuerza, de comunidad, de sujeto, que trabaje para distribuir la riqueza, ampliar los espacios de justicia y las dinámicas de reconocimiento de la igualdad.

Por eso, otra palabra que se usa mucho pero que debería ser puesta en discusión es “incidencia”. Incidir en políticas públicas nos pone, en primer lugar, a priori afuera de las políticas públicas y de la política en general. ¿En qué sentido deberíamos estar afuera, sobre todo en una sociedad donde el pueblo se organiza y democráticamente  también asume funciones de gobierno? Por eso no es sólo incidencia, es implicación y politización. La idea de incidencia tiene el problema de que ya desde la palabra misma nos vuelve “incidentales”: como si en el mejor de los casos pudiéramos, por un tiempo, por un momento, casi accidentalmente, participar en algún tema limitado y sectorial. Es cierto que parte de lo que nos permite organizarnos es que tomamos sectores y demandas específicas. Pero también tenemos que saber que la proliferación de los fragmentos de demandas hace que todas esas necesidades  sean cada vez más fáciles de procesar por el sistema tal cual está, solucionándolas apenas parcialmente pero manteniendo intacto los mecanismos que generan esos mismos problemas y desigualdades.

Ahí hay un gran desafío: cómo nos organizamos y nos concebimos como colectivo las organizaciones populares, y también cómo se “desfragmenta” la especificidad de las políticas públicas de modo que no reproduzcan la fragmentación. Y nosotros, actuar de tal modo que no seamos incidentales por exterioridad y por accidente, sino caminar a algo más articulado.  Sea, saber tensionar incidencia, implicancia, y especificidad sectorial o de intervención, de modalidad o de historia; con una mirada más englobante, más articulada y, finalmente, mas propiamente política.

Por eso otro de los desafíos de las organizaciones sociales es poder ver al Estado en toda su complejidad, tener una idea más historizada, pero también más rigurosa de cómo funciona el Estado, particularmente en el Ejecutivo: el Estado de los técnicos, el Estado de los representantes y funcionarios, y el Estado también en su aspecto  burocrático. Tener una visión más realista sobre qué hay de uno y otro lado, y cada uno de los actores, para no hacer nuestro  parlamento de quejas de demandas, y realmente poder concentrarnos en la urgencia, en las posibilidades, con una mirada política rigurosa.

Tanto el Estado como las organizaciones, estamos muy atravesados por el paradigma tecnocrático: hay algo que se volvió tecno-instrumental en las organizaciones. El papa Francisco, por ejemplo, critica más el paradigma que el sistema, y me parece interesante porque implica que no importa en qué parte del sistema estés, siempre tenés la posibilidad de reproducir el paradigma dominante o tratar de ir construyendo las señales.

Desde el otro lado, hay que tener cierta precaución con el anhelo de horizontalidad en las organizaciones: Al precio de ser muy horizontales, muchas veces las organizaciones no logramos construir poder. Aun la más horizontal de las organizaciones, está organizada por algún tipo de verticalidad, entonces hay que tener en cuenta las dos dimensiones.

Otra palabra y cuestión a considerar es la idea que tenemos sobre algo tan preciado como la participación: la participación es la cuestión de que todos somos iguales y somos parte, sí., pero también tiene que ver con tomar partido. Quizá no es un problema especial de las organizaciones que estamos acá pero es un enunciado clásico decir que las organizaciones son políticas pero no partidarias, porque consideramos que si son partidarias no son participativas. Hay que romper esos mitos y construir participación con toma de partido, en todos los ámbitos.

Mientras tanto,  el paradigma que organiza la autoconcepción de las organizaciones sociales y las políticas públicas, vende una fantasía de neutralidad por medio del paradigma técnico instrumental, y ahí creo que tenemos que buscarle una vuelta.

Finalmente, ¿cómo ponernos en este momento unas metas muy concretas, muy rigurosas, muy realistas y que nos impliquen incomodidad y ceder, que nos desafen realmente? Tenemos el desafío, como organizaciones, de ver qué órganos todavía no tenemos.

¿Cómo cedemos a nuestro paradigma organizativo para dejarnos trascender por la necesidad de que nuestro pueblo tenga los órganos que necesita para atravesar la crisis y para volver a vivir, quizás no una felicidad plena ya realizada, pero sí una manera digna de vivir. La promesa de que en este país se puede tener otra dignidad, que haga presente, aun en logros parciales, una manera más justa, más feliz, más alegre y más vivible de compartir.

La pandemia, pero también el cierto veneno que logró inyectarnos la etapa anterior, nos exige un doble exorcismo, porque algo del neoliberalismo se metió dentro de nosotros mismos, y tenemos cierta dificultad para concebirnos como pueblo.

El desafío en este tiempo es componer lo colectivo de una manera diferente: ¿Qué significa hoy movilizarse, lo público, encontrarse? ¿Cómo componemos lo común de aquí en más, y reinventamos la tradición popular y la tradición organizativa? Esas son las preguntas que nos pueden hacer trascender. Y que nos van a transformar.